Amor ante los ojos de
Era de noche y corríamos en el bosque, hacia frío y llovía, un manto de nubes grises aterciopeladas y muy espesas tapaba casi completamente las estrellas en el cielo y la luna ahora se reducía a pequeños reflejos llenos de luz que se veían como a través de una cortina.
Bajo nuestros pies, mientras corríamos podíamos sentir cada hoja de pasto tierno y verde humedecido por la gran cantidad de pequeñas gotas que se deslizaban desde el cielo, caían en picada y se estrellaban como suicidándose con el suelo, y a nuestro alrededor decenas de miles de árboles grandes y frondosos que susurraban con el pasar del viento, casi señalaban con sus ramas indicando caminos enredados entre sí, enmarañados por la suave y gélida neblina que recubría todo.
Paso un rato y otro mas… entre nuestras carcajadas y burlas mezcladas con el sonido de nuestros pasos, de nuestras respiraciones agitadas y tal vez algo cansadas, encontramos un claro que de no ser por la lluvia, estaría inundado por la luz de la luna; decidimos quedarnos descansando un poco, nos sentíamos agotados pero las sonoras carcajadas continuaban.
Y ahí entre cada sonrisa nos fuimos acercando, nos tomamos de las manos… nos besamos y nos perdimos; cada beso era mas suave y placentero que el anterior y a la vez mas impetuoso… y lentamente acostados en la nada del bosque nos desnudamos. Quería saborearlo, lo deseaba, yo… lo amaba.
Recorría cada centímetro de piel descubierta con mi lengua, mis labios se movían desde su boca, pasando por su cuello, saboreando su pecho y sus pezones, me hundía en su ombligo hasta llegar a su pene erecto y rosado, con mis manos acariciaba su cuerpo, su piel tan suave como aquella neblina que nos envolvía, y mientras tanto mi lengua se enredaba en forma de espiral en su pene absorbiéndolo todo desde su hinchada y tensionada cabeza hasta su firme y grueso tronco como si quisiera tragármelo.
Con el pasar de los minutos aquellos sonidos alegres llenos de cansancio se volvieron gemidos que Iban y venían sedientos de mas, ambos recorríamos nuestros cuerpos, palpando, oliendo, saboreando cada rincón de piel, cada cabello… cada gota semisalada de sudor, cada olor acido y atrayente de nuestros penes. Con fuerza pero delicadamente tomé su cintura y le di la vuelta, me acosté sobre el y mordí sus orejas mientras mi pene hambriento rozaba con sus nalgas.
Luego, cuando estábamos lo suficientemente excitados lo penetre, con firmeza y muy despacio introduje mi miembro en su ano; y el gimiendo y gritando por el doloroso placer pedía mas. Los gemidos se volvieron pronto en placenteros sollozos y lagrimas que se deslizaban mezcladas por el sudor en rostros rebosantes de felicidad. De a poco, fui aumentando la velocidad con la que lo penetraba y con la que lo masturbaba.
De repente casi al final de un camino de clímax que finalizaría en nuestro orgasmo el dijo gritando que me amaba y no soporte la idea de haber escuchado aquellas palabras que en muy pocos segundos convirtieron mi mundo en un lugar mas feliz, mas soportable… mas agradable. Eyacule dentro de él al mismo tiempo que Onix mi amado lo hacia en mi mano izquierda, todo se quedo en un perfecto silencio y equilibrio después de eso.
Cuando mire al cielo, la luna grande y plateada tan luminosa como para atravesar la dura oscuridad, se abrió paso entre las nubes e ilumino aquel claro, como curiosa de vernos de observar al sujeto culpable de tal exclamación, de tan hermosa afirmación de amor. Y nos vigilo por el resto de la noche, permanecimos ahí inmóviles fatigados, desnudos… abrazados, pequeños murmullos casi inaudibles salían de nosotros repitiendo únicamente… te amo.
Ahora no puedo decir mas por que tengo miedo de darme cuenta que él ya no está, tengo tanto miedo de llorar en nombre de su partida. Ahora no quiero saber que se ha ido de mi lado y prefiero pensar que donde se encuentre aun me lleva en su corazón.
Tal vez ahora no me escuche pero confiare en que la brisa llevará mis palabras a sus oídos y el sabrá que aún lo amo con cada fuerza de mi ser.
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